PROXIMA 13 - correo de lectores

Estoy armando el correo de lectores con las cartas que van a a parecer en la PROXIMA 13 y ésta me gustó mucho. La mandó Claudio Biondino (*), de Villa del Parque. Por razones de espacio, en la revista vamos a publicar una versión resumida por el autor, pero aprovecho la virtualidad del blog para publicarla acá en toda su extensión :-)

* Claudio Biondino nació en 1972 y vive en el barrio de Villa del Parque, en la ciudad de Buenos Aires. Es antropólogo, Investigador y Docente en Universidad de Buenos Aires. http://www.facebook.com/cbiondino


Hola, Laura, ¿cómo estás?

Después de leer Próxima 12, quería decirte que pocas veces me encontré con un número —de cualquier revista— con semejante solidez. Siempre hay “cumbres” y “valles”, por supuesto, pero en este paisaje no hay ninguna caída abrupta. En mi opinión, es el mejor número publicado hasta ahora, lo que me parece lógico dada la línea ascendente de Próxima (¿hasta dónde llegará?...). Puede haber algún cuento que me haya gustado más en otro número, pero este me parece el más parejo. Lo único que extrañé fue la historieta, pero bueno, todo no se puede… Te comento mis impresiones sobre los contenidos, evitando en lo posible los spoilers (y digo impresiones porque son sólo eso: imágenes breves donde resalto arbitrariamente lo que más me llamó la atención en cada caso).

La Editorial logra captar y presentar la diversidad de los relatos bajo una cierta unidad de sentido. En todos ellos se expresa la resistencia frente a una realidad en la que —como vos bien decís—, “las herramientas menos obvias de la dominación son quizás las más efectivas”, y en ese contexto “nuestra única defensa es el pensamiento crítico, la actitud no complaciente, tratar siempre de cuestionar y de observar la realidad que se nos presenta desde diferentes puntos de vista…”. Como decía Nietzsche, no existe un saber sin perspectiva; la mirada más “objetiva” no es la más despojada sino la que logra captar la mayor cantidad de perspectivas posibles.

En “Criaturitas”, Valitutti arranca el número con mucha fuerza, desafiando al lector a puros tajos de lenguaje, impregnados de marcas de violencia y de repeticiones casi frenéticas; quizás la forma más adecuada para contarnos ese mundo de pesadilla en el que se desarrolla su historia. Las perspectivas se van modificando a medida que el autor desplaza el foco de su atención desde las resistencias dentro del grupo dominante a la resistencia de los dominados (o no tan dominados, al fin y al cabo…)

En “Atari”, Catenazzi presenta —con un estilo cuidado y preciso— la lucha de un Maestro de Go que, en el fondo, es la lucha atemporal de todo náufrago arrojado a una isla desierta, casi como una metáfora del Dasein de Heidegger (algo así como el ser humano en su condición existencial) arrojado al mundo.

En “Ocho minutos”, Cortalezzi te vuela la cabeza. No necesita más tiempo. En los breves ocho minutos de una macabra “terapia de la risa” aparecen actualizados los presagios de las anti-utopías, entrelazados con los temas dickianos de la duda sobre la propia memoria y del absurdo del mundo. Un mundo al borde del abismo en el que ya no cabe un solo grano de sal, ya sea en al agua marina o en una lágrima humana, negando así el último refugio de humanidad a los humanos… Pocos textos anti-utópicos llegan a tal extremo de dureza sin caer en golpes bajos, y menos aún son los que logran combinar la anti-utopía con una resistencia que sea —al menos potencialmente— exitosa. No lo hacen, por ejemplo, las anti-utopías clásicas, en las que no hay escapatoria posible a la opresión… Alguna vez, refiriéndose a un texto de Gardini, Pablo Capanna calificó esta actitud —que para él lo diferenciaba de cierta ciencia ficción anglosajona— como el clásico “aguante” argentino. Sumándome al planteo de Capanna, diría que Cortalezzi agrega aquí otra cuota de “aguante” a nuestra literatura de fantasía y ciencia ficción.

En “Ruinas ruinas ruinas”, Daminsky proyecta ecos del pasado reciente de España en un futuro también anti-utópico. Diversos juegos de palabras —que incluyen, entre otros, un viejo (¿viejo?) Movimiento, algún anagrama dictatorial, e incluso al propio autor y otras personas reales (dejemos que cada lector lo descubra por su cuenta), desdoblados en algunos personajes que no se llevan precisamente la mejor parte—, parecen advertir a gritos que ciertos fantasmas del pasado no están del todo enterrados y pueden resurgir en el futuro más espantoso. Contemplando el panorama europeo actual, sería bueno escuchar su advertencia.

En su artículo sobre “El affaire entre rock y ciencia ficción”, Figueiras expone con claridad y contundencia sus ideas acerca de lo que él denomina la “sincronización que se da entre dos formas de arte…”. Músico y escritor, indudablemente está bien pertrechado para abordar el tema del vínculo que se da a la hora de la creación artística, y para diferenciarlo del parasitismo creativo. Lo consigue apelando a una definición de la música dada por Deleuze y Guattari, como ‘potencia de desterritorialización’: una fuerza capaz tanto de establecer espacialidades como de disolverlas para constituir otras nuevas. Más allá del sentido original que le dieran los filósofos mencionados a esta definición, la apropiación y utilización del concepto que hace Figueiras es notable, mostrando cómo el rock y el jazz, cada uno a su modo, fueron generadores de nuevos espacios de libertad y experimentación musical. En el caso del rock —heredero del blues—, la búsqueda de libertad (y, por tanto, de construcción de un nuevo espacio), no se limitó a la música sino que incluso la subordinó a las cuestiones políticas y sociales. La industria cultural tardaría décadas en domesticar al rock, convertirlo en un producto más de consumo masivo, y debilitar así lo que Figueras denomina “habilidad para la denuncia”. Mientras tanto, desde fines de los ’60, algunos géneros del rock, en especial el heavy metal y el rock progresivo —con su variante de ‘rock espacial’— encontraron inspiración para sus procesos de desterritorialización en los géneros literarios de la fantasía y la ciencia ficción. Esta inspiración no se limitó a las letras, sino que se extendió al uso de los efectos de sonido y a las puestas en escena. Figueras brinda profusos ejemplos de la relación entre ambas manifestaciones artísticas, aportando incluso letras completas para ilustrar casos de América Latina. En esta región, el rock ha empleado con mucha potencia su “habilidad para la denuncia” y, por tanto, el género con el que más se ha emparentado es el de la anti-utopía. Por otro lado, también en América Latina, la ciencia ficción surgió de manera inversa al caso norteamericano. En Estados Unidos, a partir del impulso inicial de Gernsback, la ciencia ficción pulp nació para hacerse popular, patrocinada por inversores y con un impulso centralizado en el mencionado editor: el fandom surgió rápidamente, como consecuencia de lo anterior. En América Latina los escritores pioneros comenzaron a escribir sin lectores, ni editores, ni apoyos gubernamentales. Tanto el rock como la ciencia ficción surgieron en nuestra región sin apoyo alguno, y aún hoy son marginados por la cultura oficial. Lo interesante es que, detrás de esta aparente debilidad, Figueras nos revela la existencia de un gran poder. Ambas expresiones artísticas se encuentran vinculadas no sólo por una retroalimentación creativa sino también por su relativa marginalidad. Ni el academicismo ni la industria cultural han podido subsumirlas del todo, y por lo tanto permanece intacta gran parte de su “habilidad para la denuncia”. De nuevo vemos surgir, ahora en forma de ensayo, el tema que se había esbozado en los relatos de ficción que lo preceden: el rock y la ciencia ficción (por lo menos en algunas épocas y lugares) aparecen como vehículos de ideas y perspectivas novedosas, comprometidas con la resistencia contra todo intento de imponer un discurso único desde los espacios dominantes.

La entrevista a Hernán Vanoli, que aborda múltiples temas, también se caracteriza por la aparición de las nociones dominantes del número. Por un lado, las perspectivas plurales (de las formas literarias, de las artes en general, de sus combinaciones, de los nuevos artistas, etc.) versus los espacios monolíticos y cerrados (la compartimentación de los géneros y la literatura general, el canon de obras y autores “consagrados”, las grandes editoriales que sólo buscan el rédito inmediato y no dan lugar a las nuevas voces, etc.). Por otro lado, la resistencia ante esta situación, que queda clara desde el título mismo de la entrevista: “militando la literatura”.

El cuento de Vanoli, “La chica de la lengua desflecada”, ya desde el inicio, es una buena muestra de esta búsqueda de pluralidad y de ruptura de límites ortodoxos: el holocausto zombie es un tópico de nuestros días, pero pocas veces asola —en una orgía mortal y sexual a la vez— el municipio de José C. Paz… Y menos veces aún los zombies tienen una relación tan cercana y específica con hechos recientes que —tal como sucede en el cuento de Daminsky con los juegos de palabras—, nos muestran a los fantasmas del pasado a punto de alcanzarnos. Otro punto destacable es la figura del protagonista, cuyo punto de vista nos permite compartir una visión panorámica de nuestra surreal realidad cotidiana.

En “El gusano” —un cuento muy bien escrito, permeado de simbolismo y de una belleza siniestra—, Cozzi nos muestra cómo la serpiente de la guerra, casi a la manera de un eterno retorno, termina por morderse la cola. Las perspectivas de víctima y victimario se entremezclan, y la voz humana, factor fundamental de toda resistencia, en este caso —y a pesar de todos sus intentos— jamás logra alzarse para decir basta.

Y así llegamos a la “sección uruguaya” de la revista, primero con “Hacerla trabajando”, donde Carson nos enfrenta a la perspectiva que ninguno de nosotros desearíamos adoptar jamás: el punto de encuentro entre el mal como algo monstruoso e incomprensible y el mal como banalidad demasiado humana, demasiado comprensible como para tolerarla sin espantarnos de nuestro propio mundo interior.

El segundo cuento de la “sección uruguaya”, “La luz sobre los cerros”, de Sanchiz, es el que más me gustó de Próxima 12. Se perciben las influencias de grandes autores y tradiciones literarias, tanto de los clasificados como “ciencia ficción” como de los etiquetados dentro de la “literatura general”. Pero el cuento —y lo mismo sucede con otras obras de este autor—, se posiciona sobre las tradiciones para examinarlas, desarmarlas, obtener nuevas combinaciones y, sobre todo, abrir una multiplicidad de perspectivas al lector. En este proceso de recombinaciones y de apertura de perspectivas novedosas, hay un gesto de fuerte resistencia contra el anquilosamiento literario; una patada al tablero de las convenciones para —como diría Figueiras en su artículo de este número— “desterritorializar” lo que el tiempo ha desgastado, disolverlo, y poner en acción la potencialidad creativa para constituir/descubrir nuevos territorios inexplorados. Tan inexplorados como ese fondo del mar que de pronto se abre a la curiosidad humana, y tan incognoscibles (en lo que parece un eco kantiano de la “cosa en sí”) como la extraña osamenta que se resiste a entrar en los límites de la comprensión científica positivista… pero tal vez no en los de la comprensión intuitiva.

Cierra el número el artículo “Lost: la estructura de la decepción”, de Ciccone. El autor logra explicar claramente por qué el final de la serie causó tanta decepción en la mayoría de sus seguidores, y lo hace sin necesidad de haberla visto. El nivel de estructuración de los productos de entretenimiento masivo en la actualidad es tan alto, que es perfectamente posible llevar adelante el análisis mencionado. Y el autor nos explica, además, que los productores y guionistas ya sabían de antemano que la decepción final era inevitable... No voy a detenerme en los fundamentos de la explicación de Ciccone: para todo aquel interesado en la estructuración de guiones, leer los detalles de este artículo será más que útil e interesante. En mi caso, confieso que no sabía por qué a mí sí me había gustado Lost, cuando la mayoría de mis conocidos estaban enojadísimos con la serie. El artículo de Ciccone me dio la clave: me gustó la serie porque nunca me concentré en la historia de fondo y en las distintas hipótesis sobre su posible explicación y desenlace. En lugar de eso, me limitaba a disfrutar de las historias de los personajes y sus relaciones, en el contexto menor de cada episodio dramático, dejando de lado el inmanejable contexto mayor que pretendía darle unidad al conjunto, algo que nunca sería capaz de llevar a cabo. Por otro lado, y en relación al tema de la unidad conceptual de este número, es interesante notar que el artículo termina con un apartado que se titula “daños colaterales”, en el que el autor nos advierte sobre los peligros de que esta “estructura de la decepción” se propague aún más en los productos de la industria cultural, y termine empeorando también el panorama —de por sí ya grave— de la cinematografía de Hollywood. Por mi parte, coincido con su diagnóstico, y creo que la resistencia se encuentra en la trinchera del cine independiente.

Finalmente, no quiero dejar de mencionar la ilustración que Daniel Vázquez realizó inspirado en el cuento “Otoño”, de Teresa Pilar Mira de Echeverría, publicado en Próxima 11; una ilustración tan brillante como el cuento mismo, que —y en esto, Laura, coincido que lo que vos decís— es uno de los mejores que he leído en los últimos años.

En suma, Próxima 12 es un número de grandes obras individuales que, a su vez, responden a una unidad de sentido orquestada por la —sin lugar a dudas— editora revelación de los últimos tiempos. ¿Qué más se puede pedir?

Te mando un abrazo grande y, a pesar de lo que me gustó el número 12, no tengo dudas de que las “próximas Próximas” serán aún mejores :-)

Claudio Biondino

Villa del Parque

1 comentario:

  1. Qué descripción tan completa, Claudio. Gracias por todo lo que decís Un abrazo ;-)

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